Keas and Car Thieves… más o menos

Andrew en la cresta de Homer

Este finde hemos ido a las Darrans otra vez, aprovechando otra ventanita de buen tiempo. Cruzamos la cresta de Homer, tan aborrecida por algunos, por tener unos cinco metros de cresta afilada que hay que cruzar colgados de las manos (o a caballito, con una pierna por cada lado) con una caída de 500 metros a cada lado. A mí me pareció muy entretenida la aproximación, y en un par de horitas estábamos a pie de vía.

De camino al pie de la via por la cresta de Homer

De camino al pie de la vía por la cresta de Homer

Acabamos eligiendo una vía en la cara norte del monte Moir que se llama Keas and Car Thieves. Se supone que eran tres largos a V+, 6a y V, pero la información en la guía era poco menos que mediocre. En fin, el primer largo lo abrí yo y me pareció bastante durito para el grado. Todos lo pasos eran sencillos pero no había descansos en los primeros 15 metros, así que acabé bastante sudado en la reunión.

Sam hizo un segundo largo un poco mas corto, porque no sabía muy bien si nos habíamos salido de la vía, así que cuando llegué e a su reunión sacamos la guía y echamos un vistazo. Y ahí es cuando en una de esas de «manos de mantequilla», se le cayó al pobre la guía al vacío…

Sam abriendo el segundo largo de algo que NO ES la vía que queríamos hacer...

Sam abriendo el segundo largo de algo que NO ES la vía que queríamos hacer…

Abrí el tercer largo, que técnicamente era mucho más fácil que el primero, y llegué  a una zona horrorosa. Estábamos claramente fuera de ruta, y había ido a parar a roca que había sido detonada con barrenos en junio del año pasado (eso descubriría más tarde). Bastante mierder, debo decir. A posteriori he encontrado un par de vídeos de las detonaciones (al final del post). En la imagen inferior, en rojo, nuestra vía; en verde con el número 1 es la que pretendíamos escalar. El primer largo lo clavamos, pero a partir de ahí es un despiporre de pa-un-lao-y-pal-otro. De hecho, con la idea de que nos habíamos ido demasiado a la izquierda, el tercer largo fue un intento por recuperar la vía, pero claro, me pasé dos pueblos y acabé en la vía número 2, que se llama Strobe Light y que, efectivamente, pasa por la zona que han dinamitado (amarillo y negro en la imagen). Mal rollete…

Bueno, salimos de esa zona tan penosa, comimos unas barritas de muesli y rapelamos a la base para recuperar nuestras cosas (guía despeñada incluída). Cervecita rica en el coche y al camping.

    Nuestra interpretación libre de "Keas and Car Thieves" en rojo. En verde (1) la vía original y en azul (2) "Strobe Light".

Nuestra interpretación libre de «Keas and Car Thieves» en rojo. En verde la vía original (1) y en azul «Strobe Light» (2).

A pesar de que no fue un día maravilloso en cuanto a calidad de escalada, estoy contento con como gestionamos el marrón (la roca en la zona detonada era espeluznante), y con la visita el domingo a, probablemente, la mejor escuela de escalada deportiva del país: Little Babylon. Granito del bueno. Solo conseguí encadenar a vista un 6b+, pero estuve pegando le a un 7b, International Turkey Patrol (vídeo),  ESPECTACULAR. No me costó demasiado llegar a la reunión, pero encadenarla ya es otro hablar.

Cresta noroeste del monte Aspiring

Aspiring desde el collado de Bevan

Serían alrededor de las diez o las once de la noche. Aparcamos la furgoneta donde la interminable carretera de grava se interrumpía para convertirse en un caminillo apto sólo para vehículos cuatro por cuatro. En la oscuridad de una noche tranquila, diez kilómetros nos separaban del refugio donde íbamos a pasar esa primera noche. Bajo una ténue luz de luna, sacamos las bicis de la furgo y nos cargamos las mochilas a la espalda. Comenzaba oficialmente la misión.

La humedad era brutal y los frontales no eran suficientes para evitar caer de la bici un número considerable de veces. Ahora lo recuerdo con una sonrisa, pero probablemente no fue tan divertido en ese momento. Cruzamos cuatro o cinco arroyos antes de llegar extenuados y empapados al refugio. Todo el mundo dormía, era media noche. Intentando no hacer mucho ruido, nos metimos en los sacos de dormir e intentamos robarle a los nervios unas horas de sueño.

De camino al collado de Bevan a lo largo del valle de Matukituki

De camino al collado de Bevan a lo largo del valle de Matukituki

A la mañana siguiente, no demasiado descansados pero con una sonrisa en la cara, desayunamos a eso de las siete y tras una pequeña bronca con la guarda del refugio, dejamos atrás nuestras bicis y emprendimos el camino. Durante dos o tres horas caminamos a lo largo del ancho valle de Matukituki, siguiendo un camino que alternaba bosque y prado a partes iguales. Al final del valle, una serie de cascadas indicaban el final del paseo y el inicio del desnivel. Rodeamos por la izquierda una de las cascadas y seguimos el curso del arroyo a lo largo de la orilla este. Conseguimos encontrar el camino para llegar a la parte superior del arroyo, confirmando que de ninguna manera eso era terreno para negociar bajo la lluvia o en la oscuridad. Encontramos a lo largo de esas placas de grauvaca dos o tres pares de parabolts para rapelar. A lo mejor a la vuelta nos vendrían de perlas.

Las temibles placas de camino al glaciar. Esto mojado tienes que ser una fiesta

Sam en las temibles placas de camino al glaciar. Esto mojado tiene que ser una fiesta…

Nos despistamos un poco al relajarnos después de las placas del arroyo e hicimos una visita no planeada al collado de Hector. Perdimos unos veinte minutos con ese rodeo transitorio, pero pronto estábamos encordados en el glaciar de Bonar. Recorrer ese terreno tan llano es un descanso después de tanta pendiente, y tras una parada en boxes para ponerse los crampones, estábamos en el refugio de Colin Todd en un tiempo mucho menor del que habíamos planeado.

Conocimos a otra pareja en el refugio, dos kiwis de Christchurch, uno de ellos sobrino del mismísimo Colin Todd (el nombre del refugio era en honor de su tío!). Los cuatro esperamos pacientemente a la llamada por radio para la predicción meteorológica. Tomamos un té y nos gozamos el sol en un sitio tan maravilloso como ese hasta el atardecer.

Relajado en el refugio de Colin Todd, el monte Aspiring al fondo (foto de Sam)

De relax en el refugio de Colin Todd, el monte Aspiring al fondo (foto de Sam)

A las siete y media de la tarde, recién acabada la cena, llamaban por radio para informarnos de las heavy rains del domingo. Iba a caer la de Dios. Eran malas noticias. El plan de «día 1: aproximación; día 2: cumbre; día 3: regreso» se había terminado de desintegrar en esa llamada por radio. Había que tomar una decisión. Hablamos con la otra pareja de alpinistas. Ellos querían apretar y hacer cumbre al día siguiente y salir echando leches de ahí el mismo día. Era un plan muy loker, pero era algo que ya habíamos considerado. Claro, no es lo mismo hacer un plan loker en tu casa para el siguiente finde que hacer un plan loker para la mañana siguiente… Hablé con Sam. Necesitábamos pasar las placas del arroyo bajo la luz del día o las cosas corrían el riesgo de complicarse. ¿Margen de tiempo? Poco, pero intentarlo teníamos que intentarlo.

Si empezamos la trepada a las cinco de la mañana, podemos estar a la luz del alba en la parte complicada de la vía (a medio camino) y hacer cumbre pronto. Volver al refugio, comer rapidito y salir volados de vuelta. Para que eso salga, no podemos equivocarnos en la cresta. No hay tiempo para corregir el camino.

Decidimos que, estuviésemos donde estuviésemos, a las once de la mañana nos dábamos la vuelta.

Casi retomando la cresta despues de rodear el gigantesco saliente (foto de Sam)

Casi retomando la cresta despues de rodear el gigantesco saliente (foto de Sam)

Por segunda noche consecutiva, dormí como el culo. Los nervios. Recuerdo que en algún momento conseguí convencerme de que no lo íbamos a conseguir, y que tampoco era eso tan grave. Pero en cuanto nos enchufamos el desayuno (gracias Dios por el café) y empezamos a trepar la pendiente de nieve dura, todo cambió de color. Por segunda vez este año estaba en ese mundo surrealista en el que la oscuridad te rodea; el frontal proyecta esa mancha difusa redondeada en la nieve. El silencio lo interrumpe la dura nieve crujiendo bajo los crampones, a un ritmo pausado pero continuo. Cada tanto, paras para recuperar el aliento, y entonces el crujido es el de tu compañero que te alcanza en la pendiente, se para, y respira. La sensación de aislamiento es genial. Ni doctorado, ni hostias. Sólo la pendiente de nieve que sigue elevándose frente a tí.

Echo polvo a 3.033 metros en la cumbre

Echo polvo a 3.033 metros en la cumbre

En media hora estábamos sobre la cresta rocosa. Crampones y piolets a la mochila, y a corretear rodeando gigantes bloques de grauvaca intentando adivinar el camino en la oscuridad. A pesar de que salimos del refugio algo más tarde, alcanzamos a la otra pareja cuando estaban encordándose para un largo. Ellos mismos confesaron que era innecesario encordarse, pero la oscuridad no les había permitido ver bien el terreno. Cuando la luz del alba nos permitió apagar los frontales, estábamos delante de una pared vertical, saliente imponente que hay que rodear por el lado norte. Supuestamente, la parte complicada de la vía.

Nos separamos de la otra pareja y tomamos una serie de salientes en la roca hasta recuperar la cresta de nuevo. Un par de pasos muy expuestos, pero nada técnicamente complejo. No necesitamos encordarnos y gracias a eso a las nueve de la mañana estábamos en la cumbre. Un par de fotos y para abajo.

De vuelta al refugio

De vuelta al refugio, maravilla de vía

Volvimos por el mismo sistema de cornisas, y eso nos retrasó un poco (la otra pareja nos comentó que habían encontrado una vía mucho mas fácil), pero a las doce de la mañana estábamos comiendo salami con queso en el refugio. Sam sacó una pequeña botella de whisky, puso un culito a cada uno y los cuatro brindamos por Colin Todd y por la cumbre. Mochilas a la espalda y de cabeza al glaciar.

El camino de vuelta no fue perfecto, pero la compañía de la otra pareja amenizó mucho el trayecto. Hicimos un par de rapeles cortos en las placas malditas y llegamos al refugio donde teníamos las bicis a eso de las diez de la noche, con las piernas completamente molidas y empapados de arriba a abajo. Sam y yo, después de media hora de descanso, cogimos las bicis y pedaleamos a la oscuridad esos últimos 10 km hasta la furgoneta. Tras 48 horas estábamos otra vez en el lugar de partida. Gracias al palizón de 19 horas de caminata no fue difícil dormir en párking.

Misión cumplida.

En rojo, la parte que cubrimos en bici. En azul, lo que andamos hasta el segundo refugio. En verde la trepada hasta la cumbre.

En rojo, la parte que cubrimos en bici. En azul, lo que andamos hasta el segundo refugio. En verde la trepada hasta la cumbre.

Dame unas cervezas e iré a donde tú quieras

Esto me encontre a la entrada de la casa donde fue la fiesta

Esto me encontré a la entrada de la casa de la fiesta

Abro los ojos. Es domingo por la mañana. Un dolor de cabeza de esos que empiezan en el cuello y acaban en lo más profundo del cerebro no me deja moverme. Cómo pesan los años, no recordaba ya qué era eso de la resaca. Bufff… Me debato entre dos opciones: levantarme a por un ibuprofeno o intentar volverme a dormir. Opto por el ibuprofeno. Me arrastro a la cocina a por leche y galletas. Lo último que quiero es tomarme uno con el estómago vacío. De vuelta en la cama,  me entretengo engañando a la resaca con los recuerdos de la fiesta de la noche anterior.

Cerveza.

Todos los invitados a la fiesta vestidos de mujer.

Más cerveza.

Ah, y una conversación con Sam, colega canadiense, sobre escalar Mount Sabre dentro de dos días. Salir el lunes por la tarde y volver el jueves. Bueno, el típico plan de motivados en una fiesta. «Si escalo Mount Sabre creo que cumplo objetivos del año» – debí pensar entre pinta y pinta. Es otra liga, desde luego.

Cuando el ibuprofeno me saca de la discapacidad más absoluta, consigo subirme en la furgoneta y poner mi culo en la universidad para trabajar en mi tesis. Echo un vistazo a la previsión del tiempo y… mal. Bueno, regular. Mal para comprometerse a un viaje con una aproximación larguísima para que luego nos llueva en plena vía. Mount Sabre no va a funcionar. No esta vez.

Me jode que los planes se desmoronen por culpa del tiempo mierder. Vuelvo a mirar el tiempo, como quien vuelve a la nevera para ver si hay algo de comer. Parece que al este de las Southern Alps el tiempo va a aguantar. Le propongo a Sam que nos vayamos el jueves a trepar Mount Aspiring. Lo llaman el Matterhorn de Nueva Zelanda, es una montaña preciosa. Técnicamente no es demasiado difícil, pero no deja de ser una vía alpina clásica de puta madre.

Vista aérea de Mount Aspiring. La cresta rocosa es la via noroeste.

En la Isla Sur de Nueva Zelanda el concepto de «predicción meteorológica» es algo completamente diferente a lo que estamos acostumbrados los madrileños. Las predicciones meteorológicas son más o menos fiables para el día siguiente, pero mas allá de un día, las cosas son completamente aleatorias. ¿Para qué, entonces, hacen predicciones de 5 días si luego las van cambiando? La verdad es que no lo sé. En fin, el caso es que a lo largo de la semana, la predicción del tiempo fue empeorando, y nuestro (segundo) plan empezó a tambalearse. Joder. Vaya mierda. La previsión era: viernes sol, sábado sol, domingo algo de lluvia. ¿Qué más dará un poco de lluvia un domingo en el campito? Bueno, merece le pena que describa un poco la ruta.

Mount Aspiring es una montaña clásica de Nueva Zelanda principalmente porque estéticamente es preciosa. Una pirámide de 3.000 metros con la cumbre nevada y rodeada por glaciares, cuya vía mas sencilla a la cumbre es un grado 2 alpino (sistema de grado neocelandés). Esa vía es la cresta noroeste. La misión que teníamos que llevar a cabo para llegar a la cima desde Dunedin era la siguiente: conducir 4 horas y media el jueves por la tarde después de trabajar hasta el parking que hay en el valle de Matukituki, en las inmediaciones de Wanaka. Desde ahí, son 10 km hasta un refugio de montaña, que se pueden hacer en bici de montaña. Desde ese refugio, que está a 500 metros de altitud, hay que recorrer el valle de Matukituki hasta llegar al collado y empezar a ganar altura a lo bestia. A los 1.850 metros de altura se llega al glaciar de Bonar que hay que cruzar más o menos manteniendo la altura. Se llega así al refugio de Colin Todd, al pie de Mount Aspiring. Desde ese refugio empieza la ruta propiamente dicha hasta la cumbre, que está a 3.033 metros.

Esta ruta requiere 3 días por lo menos desde el parking, ida y vuelta. Es mucho desnivel y tiene un par de momentos un poco complicados. No es senderismo. Desde el parking (400m de altitud) hasta la cima de Aspiring son 30 km de camino en los que se acumulan 2.600 metros de subida. Y eso todo hay que bajarlo luego, claro.

Sabíamos que en la aproximación, antes de alcanzar el glaciar de Bonar, hay unas placas muy empinadas que son difíciles de negociar, y desde luego muy peligrosas si ha llovido (o en la oscuridad). Por eso teníamos claro que de ninguna manera íbamos a descender bajo la lluvia, así que o bien cambiaba la predicción de lluvia para el domingo, o bien bajábamos el sábado. Para bajar el sábado, claro, había que darse un palizón brutal después de un día anterior bastante durito.

Aun así, decidimos confiar en la suerte. ¿Y si el tiempo cambiara y nos agraciara con un domingo sin lluvia?

Sobre las 5 de la tarde salimos de Dunedin en dirección a Wanaka a bordo de Dorothy, la siempre fiel furgoneta Toyota.

Gorgojo poniéndose las botas

Speargrass weevil (Lyperobius montanus)

Los escarabajos siempre me han parecido bichos fascinantes, y cuando encontramos este «speargrass weevil» hace un par de fines de semana en las Darrans, no pude evitar hacerle unas cuantas fotos. Weevil es gorgojo en inglés, y son esos escarabajos con narizota. Como se puede apreciar, se estaba poniendo fino a comer.

LyperobiusTras un poquito de investigación, resulta que es del género Lyperobius, que tiene (por lo menos) 19 especies descritas, de las cuales 16 en Nueva Zelanda. El género Lyperobius tiene una historia espectacular, es un verdadero «local» de estas tierras. Se estima que tiene 65 millones de años de antigüedad. Cosa fina, vamos.

Siguiendo la clave dicotómica y basándome en los datos de distribución, estoy prácticamente seguro de que es un Lyperobius montanus.