Mount Arapiles

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Estuvimos hace poco en Hawea para escalar por allí un poco de deportiva. Coincidimos con unos amigos de Andrew. En algún momento de la noche surgió el tema de Arapiles, que es una zona de escalada en Australia de la que todo el mundo habla como si se tratara de el Santo Grial. Es una cosa curiosa, porque todo el mundo con el que he hablado parece tener la misma opinión sobre el lugar. Cito una frase de la guía de escalada que creo transmite bastante bien lo que los kiwis piensan de Arapiles: «God created Arapiles first, then threw what was left to the rest of the world» (Dios creó Arapiles primero, después esparció lo que sobraba por el resto del mundo).

Así que tras la entrega de la bendita tesis y justo después del correspondiente examen oral, puse (por fin) mis pies en tierras australianas para la obligada visita a Mount Arapiles (o Arapiles a secas). Digo visita obligada porque tras cuatro años viviendo en Nueva Zelanda, la gente no dejaba de preguntarme por qué nunca había ido a «Arapiles, la mejor escuela de escalada de Nueva Zelanda». Lo dicen un poco en broma, claro, en relación a la mala calidad de la roca aquí, y al peregrinaje casi religioso de los escaladores kiwis a Australia para visitar el paraíso.

Las expectativas que teníamos del lugar eran estratosféricas, y temía que no fuera para tanto. Pero no. El sitio es absolutamente espectacular. No es solo la calidad de la roca (dura como el granito), no es solo que el camping es prácticamente gratis y que está al pie de las vías. Es que las vías son larguísimas, variadas y de todos los niveles. Casi no hay chapas, es fundamentalmente escalada clásica (autoprotección), pero con la calidad de la roca es casi más seguro que la escalada deportiva.

En fin, el sitio es tan maravilloso que vuelvo en Septiembre. Unas fotos que aburro.

Arista Norte de Mount Sefton – Crónicas de una derrota que sabe a victoria

El sábado por la mañana abrí los ojos y la luz entraba por la ventana. Mi cuerpo estaba totalmente entumecido. Sabía que tenía que ponerme pronto a escribir lo que había hecho durante los últimos tres días. De lo contrario, mi cerebro empezaría a retocar los recuerdos condenando al olvido lo durísimo que había sido el viaje en el que Sam y yo subimos la arista norte de Mount Sefton

En el Sierra Range
Es curioso de qué manera soy capaz de filtrar mis recuerdos para que solo queden los buenos momentos, y de que la desesperación, el cansancio y el dolor se difuminen y pasen, en el mejor de los casos, a formar parte de una aventura ajena. Y aquí estoy, varias semanas más tarde, haciendo un esfuerzo por ser fiel a lo que realmente fue el viaje más épico que he llevado a cabo hasta la fecha. Por eso quiero hacer un esfuerzo por relatar la aventura tal y como fue, sin que la calma de los últimos días corrompa la verdad.

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Tras el éxito de nuestro viaje relámpago para subir Nuns Veil, aguardábamos Sam y yo con ansia un receso en las lluvias para emprender otra misión. En el viaje anterior tuvimos muchísimo tiempo para hablar, y llegamos a la conclusión de que teníamos que meternos en algo un poco más intenso. Subir un poco el grado técnico, añadir un poco de elevación y, a ser posible, añadir a la ecuación un poquito de escalada en roca, que para algo estábamos a finales de verano. Una de las opciones que Sam propuso fue la arista norte de Mount Sefton, una montaña de 3.151 metros de altura que se alza en las inmediaciones del Parque Nacional de Mount Cook. Es una vía súper-clásica que todo alpinista que se precie tiene que tener en su currículo. Casi 2 km de escalada alpina en roca y una una cumbre de hielo al final. La escalada en roca no es técnicamente difícil, pero puede requerir algún paso con cuerda. Además tiene una exposición muy seria durante gran parte de la trepada, así que hay que ir atento. La vía es un grado 3+, algo que ni Sam ni yo habíamos hecho nunca, así que el plan era atractivo. Además, para llegar a la arista norte desde este lado de la cordillera en el que vivimos hay que subir un paso de montaña, el Fitzgerald Pass, que ya de por sí es un grado 2. O sea, que además el plan se perfilaba como durísimo en cuanto a distancia y elevación aproximadamente como:

  • Día 1: Mount Cook Village – Refugio (18 kms, 1.500 m de desnivel, Grado 2)
  • Día 2: Refugio – Cumbre de Sefton – Refugio (20 kms, 2.700 m de desnivel , Grado 3+)
  • Día 3: Refugio – Mount Cook Village (18 kms, 1.500 m de desnivel, Grado 2)

A esto hay que añadirle las 4 horas de coche para llegar a Mount Cook Village desde Dunedin, y las 4 de volver.

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Vistas del valle del Hooker subiendo hacia el Fitzgerald Pass

Vistas del valle del Hooker subiendo hacia el Fitzgerald Pass

A las 6am del 18 de marzo, Sam me recogía en coche para comenzar nuestra aventura. Tras un agradable viaje en coche, nos calzamos las botas (malditas botas) y nos pusimos a caminar a eso de las 10:30 a lo largo del valle del Hooker, que me trajo memorias de esa otra épica aventura hace ya más de un año atrás. Dejamos el camino para comenzar a subir la ladera hacia el Fitzgerald Pass y nos encontramos con la primera dificultad. Se alzaban frente a nosotros dos contrafuertes de roca gigantes cubiertos aquí y allá con zonas de vegetación. Conseguimos entrar en el campo de nieve justo bajo el collado a eso de las 3pm. No había sido demasiado complicado, pero desde luego lo marcamos en nuestra memoria como posible dificultad en el descenso para nuestro regreso. Cruzamos el campo de nieve en dirección a un pequeño refugio raramente usado, el refugio de Copland. Pronto nos desviamos hacia nuestro collado y a las 3:30pm estábamos oficialmente en la Main Divide, entre la costa este y la costa oeste. Desde el collado se vislumbraba el valle del río Copland, que se estira hacia la costa oeste en un gran esfuerzo por llegar al mar, aunque a algo menos de 20 kilómetros de la desembocadura sus aguas se unen río Karangarua.

Al fondo, la cadena montañosa con Mount Cook, vista desde las inmediaciones del Fitzgerald Pass. Al final del campo de nieve que hay en primer plano se puede ver el pequeño refugio de Copland, justo en el centro de la imagen

Al fondo, la cadena montañosa con Mount Cook, vista desde las inmediaciones del Fitzgerald Pass. Al final del campo de nieve que comienza en el margen izquierdo de la imagen, se puede ver el pequeño refugio de Copland, justo en el centro de la imagen, sobre la arista rocosa

La Main Divide es el nombre que recibe una de las principales cordilleras del sistema montañoso de las Alpes del Sur. Separa las principales cuencas hidrográficas entre costa este y costa oeste y representa la frontera entre las regiones de Canterbury y Westland. La Main Divide funciona a modo de presa para los vientos húmedos que vienen desde el mar de Tasmania, entre Australia y Nueva Zelanda. Las precipitaciones a uno y otro lado, por tanto, son muy dispares. Este abrupto cambio en el clima influye radicalmente en la vegetación, que pasa a ser de tipo subtropical por debajo de los 1400 metros de altitud hacia el oeste de la Main Divide —y en general hacia el oeste de las Alpes del Sur—.

Sin demasiadas dificultades, encontramos el camino que, franqueando el curso del Copland, llega hasta el refugio de Douglas Rock. Eran las 7:30 de la tarde y estaba comenzando a anochecer. Había sido un día bastante duro, pero tuvimos tiempo para preparar una cena y pensar en cómo nos íbamos a organizar logísticamente para el día siguiente. Tras unos tragos de whisky durante la sobremesa, decidimos que lo mejor era dejar los sacos de dormir en el refugio para que las mochilas fueran lo más ligeras posible durante la trepada. Eso nos obligaba a no parar en caso de que la noche nos alcanzara, pero apostamos por la idea de seguir andando en la oscuridad fuese lo tarde que fuese. Contentos con la idea, nos metimos en la cama tras hablar un rato con los excursionistas con los que compartíamos refugio.

— Suerte para mañana — nos dijeron, mientras cerraban las cremalleras de sus sacos.

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La arista norte de Mount Sefton perfilada contra el azul del cielo, tal y como se ve desde el refugio

La arista norte de Mount Sefton perfilada contra el azul del cielo, tal y como se ve desde el refugio

La alarma sonaba a las 5am. Dormir en refugio es relativamente agradable. Ya lo he comentado alguna vez, no suelo dormir bien fuera de casa. Esta vez, no obstante, debo reconocer que estaba muy a gusto y se me hizo un poquito cuesta arriba el madrugar. Pero no tardamos mucho en desayunar sumergidos en el silencio del alba y en abandonar el refugio para encaminarnos hacia nuestro objetivo. Como ya he comentado, al oeste de la Main Divide hay muchísima vegetación. La densidad de arbustos y árboles es tal que no se puede caminar en absoluto a no ser que haya un sendero abierto y cuidado por el Departamento de Medio Ambiente. El sendero hasta el comienzo de la arista es el «Copland track», bastante frecuentado tanto por turistas como por locales. Gracias a ello, se nos hizo corto el camino hasta el comienzo de la arista, y al poco tiempo estábamos trepando esa especie de caliza gris en nuestras botas rígidas, ya animados por la luz de la mañana y con casi dos kilómetros de escalada por delante. Al principio de la vía, en ese momento de felicidad y optimismo, me percaté de que había olvidado mis dos sándwiches. Básicamente estaba sin comida, a merced de lo que Sam quisiera compartir conmigo. Animados, decidimos que no era tan importante.

La alimentación está sobrevalorada, lo importante es la amistad.

Algunos tramos eran bastante complicados en botas rígidas. Aquí en concreto se me nota que estoy apretando...

Algunos tramos eran bastante complicados en botas rígidas. Aquí en concreto se me nota que estoy apretando…

La roca era de una calidad sorprendentemente buena. La trepada tenía algún paso bastante técnico, pero más que nada era un juego psicológico constante en el que tramos de escalada no muy técnica pero con cero margen de error se alternaban con momentos de tranquilidad. En esos breves paréntesis aprovechábamos para debatir la ruta a seguir. Es difícil explicar lo que significa estar muchas horas en este estado de atención y alerta en el que todo tiene que estar bajo control. Este cansancio psicológico es diferente al cansancio físico que también se acumula progresivamente.

Escalando sobre el abismo

Contemplando la arista norte Durante los recesos en las partes más empinadas de la arista, nos parábamos a intentar imaginar cuál era la manera más sencilla de escalar el siguiente resalte

En mi opinión, son estos momentos los que hacen del alpinismo una actividad completamente diferente a cualquier otra cosa. El contexto en el que te encuentras es tan inmenso y poderoso que hace que todo se encoja, como una burbuja en la que sólo cabes tú. Tus extremidades se convierten en el cordón umbilical con el mundo, y así te conviertes en el único capitán del barco. Todo está bajo tu control y responsabilidad. Cada movimiento es tan importante como el anterior y como el siguiente, requiriendo tu absoluta atención. Todos los detalles cuentan, desde la textura y el aspecto de la roca hasta el sonido de las botas al doblarse ligeramente sucumbiendo a tu peso. Y paso a paso vas subiendo, imbuido en esa especie de vacío existencial.

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La escalada de la arista fue muy agradable. Los pasos técnicos estaban justo por debajo del punto en el que nos gustaría estar asegurados, de manera que no necesitamos usar la cuerda. La nieve empezaba a los 2.500 metros de altitud. El optimismo que había reinado hasta el momento empezó un inexorable declive. Primero sería paulatinamente, pero más tarde se derrumbaría estrepitosamente alcanzando récords personales de absoluta miseria. Con una aparente verticalidad e interponiéndose entre nosotros y la cima de Mount Sefton, se alzaba el glaciar que cubre permanentemente la cara oeste de la cumbre. En un estado cuanto menos escalofriante —quizás debido al caluroso y largo verano—, una aterradora pared de hielo a nuestra derecha caía hacia el abismo al oeste de la arista, obligándonos a escalar el hielo en dirección norte hacia la cima. Más adelante, podríamos optar por pasar por encima virando hacia el oeste si no hacíamos cima y decidíamos volver, pero en ese momento dar la vuelta para bajar la arista estaba descartado.

Aquí debo estar pensando ya «Ufff… vaya lo que nos espera…»

Nos pusimos, pues, los crampones y emprendimos la tarea de escalar el hielo, que alternaba diferentes pendientes de entre 50 y 70 grados. El cansancio pasaba factura, así que nos costaba avanzar bastante y teníamos que hacer reposos constantemente. Una vez más, no disponíamos de ningún margen de error, así que cada paso requería un elevado nivel de concentración. A escasos 400 metros de la cima ya habíamos tomado la decisión de rodearla por el norte para volver sin hacer cumbre. Eran casi las 3pm y estábamos a contrarreloj para encontrar el camino de vuelta. Rodeamos la cara oeste de la cima hacia la arista al borde del Sierra Range. La travesía en el glaciar no era tampoco moco de pavo. Las crevasses eran de un tamaño considerable y aunque la visibilidad era buena, yo ya tenía puesto el modo descenso, que consiste en repetirse constantemente «no la cagues ahora».

Caminamos a lo largo del Sierra Range, a la derecha del Douglas Nevé alternando un poquito de roca con hielo. Nos dirigíamos hacia el Welcome Pass, el paso de montaña que da paso al glaciar de Tekano. Antes de llegar al paso, bajamos al Nevé sorteando una serie de seracs espectaculares. Era como estar en un planeta desconocido. Crevasses de varios metros de ancho abrían heridas en el glaciar. Heridas tan profundas que la oscuridad no te permitía ver el fondo. Absolutamente sobrecogedor. El buen tiempo, no obstante, nos daba algunos golpes de optimismo y esperanza que aliviaba momentáneamente la presión angustiosa del retraso que llevábamos y, al mismo tiempo, nos permitía trazar el recorrido frente a nosotros para rodear las crevasses y llegar al collado de Welcome Pass. Al menos ahora íbamos cuesta abajo.

Superado el tramo más duro del hielo, dejamos la arista atrás mientras nos dirigimos a la cumbre

Superado el tramo de hielo más duro, dejamos atrás la arista, que es engullida por densas nubes mientras nos dirigimos hacia la cumbre

Contemplando nuestra ruta de descenso desde las inmediaciones de la cumbre. Se vislumbra perfectamente la arista de nieve que tenemos que seguir hasta Welcome Pass
Contemplando nuestra ruta de descenso desde las inmediaciones de la cumbre. Se vislumbra perfectamente la arista de nieve que tenemos que seguir hasta Welcome Pass

La presión del tiempo era consecuencia de nuestro plan de no hacer noche fuera del refugio para evitar el peso del material. Eso implicaba que teníamos que seguir andando hacia el refugio independientemente de lo tarde que fuese. A pesar de que, obviamente, teníamos frontales, Sam estaba muy concienciado con la importancia de encontrar el sendero de descenso que comienza aproximadamente a los 1.300 metros de altitud. Sam ya había estado en los bosques de la costa oeste y no dejaba de repetirme que era completamente imposible hacerse camino a través de ellos. En ese momento no le quise dar mucha importancia a su insistencia con el tema: aún teníamos bastante glaciar frente a nosotros y me preocupaba mucho más encontrar el camino a través de las monstruosas crevasses que una posible batalla con inofensivos arbustos.

Al cruzar el collado de Wecome Pass a eso de las 5:15 de la tarde, nos encontramos con una densa nube justo al otro lado, posada sobre el glaciar de Tekano. Vaya, más problemas. El glaciar no era muy grande, pero la niebla se hizo tan densa que nos encontramos rodeados por el blanco más absoluto. Blanco en todas las direcciones. El GPS nos salvó de pasar un mal rato, y siguiendo la señal conseguimos salir del glaciar y recuperar la compostura. Se estaba haciendo tarde y el sol se escondía tras las montañas. Estábamos todavía bastante lejos del valle del Copland y hacía unas horas que nos habíamos quedado sin agua. Cuando se acabó la nieve que ocasionalmente nos llevábamos a la boca, la sed se unió a la cada vez más impetuosa necesidad de encontrar ese maldito sendero. En medio de la selva de la costa oeste, eso era como encontrar una aguja en un pajar.

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Es sorprendente lo rápido que la penumbra se convierte en noche. Con la oscuridad terminó de establecerse la desesperación. Estábamos atrapados sin agua, sin comida, y sin material para dormir en medio de la selva. Es muy desagradable tener hambre, pero es aún peor estar sediento. Conseguimos llegar al lecho de un estrecho arroyo, el Bluewater stream, pero en  un irónico giro de guión, éste se encontraba completamente seco. Al menos en su lecho el entramado de los leñosos arbustos no era tan absurdamente denso. La brecha que constituía lo que en otro momento del año sería un tortuoso riachuelo estaba formada por piedras pulidas de un gran tamaño, dispuestas una encima de otra y esculpidas caprichosamente por la acción del agua. El ancho de la cuenca variaba desde una estrechez miserable en la que las frondosas laderas se tocaban formando un tupido techo, hasta pozas secas de varios metros de diámetro. El desnivel también era muy variable, y probablemente más adelante requeriríamos del uso de la cuerda si decidíamos seguir su curso hacia el valle del Copland.

Sam en el Douglas Nevé, caminando derecho hacia Welcome Pass

Sam en el Douglas Nevé, caminando derecho hacia Welcome Pass

En ese momento las opciones eran básicamente dos: o abandonábamos la cuenca del arroyo e intentábamos encontrar el sendero haciéndonos camino entre plantas gigantes — a razón de un metro de recorrido por hora — o, por el contrario, intentábamos bajar hacia el valle del Copland siguiendo el curso del Bluewater stream. Yo abogaba por la segunda opción, pues encontrar el sendero me parecía una misión imposible. Habían pasado 16 horas desde que nos levantamos, y el cansancio era ya notable. Entre nosotros solo cabían comentarios de absoluta desesperación. Ahora, mientras escribo sentado frente al ordenador, todo ha cobrado una dimensión diferente. Pero aún puedo recordar vivamente cómo el cansancio lanzaba periódicamente pensamientos de añoranza de los lujos del día a día.

Finalmente convenimos seguir la senda del riachuelo, que al menos nos permitía avanzar en la oscuridad sin perdernos. A los escasos metros tuvimos que sacar la cuerda de la mochila. Lo que probablemente constituía una cascada de agua del deshielo en primavera, era a finales de verano diez metros de roca vertical. Así que usando un árbol como anclaje, hicimos un rápel hasta abajo y seguimos nuestro camino entre los bloques de caliza. Una vez más, tras apenas un par de minutos destrepando rocas en la mediocre penumbra de nuestros frontales, tuvimos que hacer uso de la cuerda para un rápel de unos 4 metros. Y así sucesivamente durante lo que se nos hizo eterno, tendríamos que descolgarnos de los árboles que crecían a los lados para sobrepasar los obstáculos que la costa oeste nos había preparado durante miles de años de lluvias y deshielos. En algún momento tuve la mala suerte de resbalar en una de esas rocas gigantes y mi culo se deslizó como en un tobogán hasta que mi rodilla izquierda detuvo la caída violentamente chocando contra otra piedra. El cansancio se fundió entonces con el dolor desembocando en intensas emociones difíciles de describir y que en ese momento se concretaron en una serie de maldiciones a voz en grito. A ese incidente que casi me cuesta la rótula, le siguió otro protagonizado en este caso por Sam. Entre rápel y rápel, empujó con fuerza una rama de un árbol para hacerse camino. Al romperse ésta por dicha acción, la parte aún unida al árbol retrocedió — como es de esperar — a su posición inicial. En su trayecto de retorno, la rama dañada volvió hacia Sam con la intención de saldar cuentas y casi le saca un ojo. Hubo suerte y solo perdió una lentilla, que a esas horas de la noche tampoco era tan traumático comparado con lo mal que podía haber acabado ese incidente.

Yo calculo que hicimos unos diez rápeles en total, algunos cortísimos, otros algo más largos. Al final conseguimos llegar a una zona donde el desnivel era menor y podíamos pelearnos contra las ramas sin requerir la cuerda. Habíamos conseguido agua, así que encontrar el Copland Track fue en un momento de absoluto éxtasis. Al meternos en el camino respiramos aliviados pensando que ya estaba todo resuelto, aunque aún nos quedaba bastante camino. Exceptuando un par de pequeños incidentes* conseguimos llegar al refugio. Eran las 3 de la madrugada.

Después de exactamente 21 horas de excursión, quitarme las botas fue un momento de placer indescriptible, sólo comparable a el éxtasis supremo del amor. A lo lejos, se oía el ruido del torrente de agua fluyendo a lo largo del valle del Copland. Algunos excursionistas dormían plácidamente en las literas del refugio y dejaban escapar algún que otro ronquido. Calentamos agua y nos tomamos unas raciones de comida caliente, pues apenas habíamos comido durante todo el día. Compartiendo la comida de Sam entre los dos nos había dado para muy poquito, así que la cena me supo a gloria. Tenía una sensación extraña en los dedos gordos de los pies después de tantas horas de camino en botas rígidas. Nos metimos en la cama sin poner el despertador y caímos muertos instantáneamente.

***

Nos levantamos tarde. Desayunamos con la calma y nos preparamos para volver a Mount Cook Village pasando de nuevo por el Fitzgerald Pass, siguiendo el mismo recorrido del primer día. Estábamos muy cansados, claro, y 1.500 metros de desnivel para el tercer día no era demasiado apetecible. Lo cierto es que tuvimos suerte con el clima y se nubló durante todo el día, de modo que el calor no fue sofocante. Tuvimos alguna complicación para bajar desde el collado hacia el valle del Hooker, porque exhaustos como estábamos no podíamos permitirnos una cagada tan cerca del final del viaje. Comenzó a oscurecer justo cuando habíamos alcanzado el valle. A pesar de que en el valle nos incorporamos a un camino, lo cierto es que se nos hizo interminable. Me dolían muchísimo los pies, y seguía con esa extraña sensación en los dedos gordos de los pies. Tiendas de campaña iluminadas como luciérnagas en medio de la noche nos dieron la bienvenida al camping de Mount Cook Village. Llegamos al coche a eso de las 9 de la noche, absolutamente destrozados. Nos cambiamos de ropa y nos sentamos en silencio en los asientos delanteros. Tras los tres días de incomunicación, habiendo recuperado la cobertura en el movil avisamos de que estábamos de vuelta. ¿Opciones? Dormir en el coche, ir al albergue de Mount Cook, o conducir las 4 horas hasta Dunedin para dormir en nuestras respectivas camas calentitas.

Optamos por las camitas calentitas.

A esas horas de la noche, Nueva Zelanda está absolutamente muerta. No hay nada abierto. Teníamos muchísima hambre, y hasta que conseguimos encontrar una gasolinera abierta que nos vendiera algo de comer creímos que moríamos por inanición. Pero lo conseguimos. A eso de las 2 de la madrugada estábamos plácidamente tumbados en nuestras camas.

***

A día de hoy, todavía no he recuperado completamente la sensibilidad de mis dedos gordos de los pies. Poco a poco van mejorando, y es algo que tampoco me quita el sueño. He preguntado por ahí y parece ser una cosa relativamente común cuando las botas son estrechas, así que no le doy mucha importancia. Cuando tenga algo más de poder adquisitivo me compraré otras que me aprieten menos. Todo lo demás (incluyendo mi rodilla y mi estado físico y mental), se ha restablecido. No hemos vuelto a la montaña, pero nuevos planes se vislumbran ya en el horizonte ahora que las partes más miserables de Sefton están empezando a enterrarse en las dunas del olvido.

Es cierto que no conseguimos hacer cumbre a pesar de estar muy cerca. Sin embargo, escalamos la arista norte una épica aventura de dimensiones otrora inimaginables en mi escala de destrucción física y psicológica. Además conseguimos escalar un grado 3+, que representa un buen salto tanto para Sam como para mí. Además, terminé de constatar lo bien que funcionamos Sam y yo como equipo. Estamos a un nivel muy similar, y somos capaces de animarnos mutuamente alternando los momentos de derrotismo de manera óptima. Quizás por todo esto, el que no haber llegado a la cima de Mount Sefton solo queda como una espinita pequeña, casi imperceptible, en mi coranzoncito de escalador.

Día 1 en

Día 2 en

Día 3 en


*Quizás el más notable es el que protagonizó Sam casi llegando al refugio. Probablemente fruto de la reducida percepción de profundidad que acompaña a la oscuridad del bosque a tan intempestiva hora y al hecho de haber perdido una lentilla, se jugó una costilla al precipitarse sobre las ramas de unos árboles caídos

The Nuns Veil (2749m) – Gorilla Stream Route

De subida a la cumbre

Recién llegado de España (y recién depositada la tesis para que mis examinadores la quemen) empecé con algo de mal pie al correr el trail de Silver Peaks sin cenar ni comer, con la única ayuda de un humilde desayuno y un par de geles de hidratos. Ya sé lo que es tener una hipoglucemia, y pasarlo regular. Que conste que ya lo había corrido anteriormente y que quizás por eso me confié.

Tasman Lake y Mount Cook al fondo

Tasman Lake y Mount Cook al fondo

Pero bueno, al tema. Aquí en el sur estamos saliendo del verano, pero la lluvia está dejando pocos huecos para hacer viajes de varios días. Además, los glaciares están difíciles de negociar porque los puentes de nieve están fundidos. Eso limita muchísimo el número de picos que podemos hacer y habrá que esperar al invierno.

Una de las montañas que tenía pendiente era Nuns Veil, en la zona de Mount Cook National Park, y aprovechamos un descanso de la lluvia de dos días para trepar. La vía es muy sencilla, grado 1+ de aquí, así que fuimos sin cuerda. En cuanto al tiempo estábamos algo más limitados, puesto que hay que cruzar un lago al pie del glaciar de Tasman (el lago Tasman) y no teníamos otro medio que no fuera pedirle a la empresa que lleva las zodiacs para los turistas que nos cruzaran. Esto que parece un poco bizarro es en realidad práctica común para escalar Nuns Veil, y los conductores de las zodiac te cruzan (a cambio de unas cervezas). Eso sí, sólo cuando hay turistas, que suele ser a partir de las 8 o 9 de la mañana.

El pasito antes de la cumbre

El pasito antes de la cumbre

Salimos el sábado por la tarde de Dunedin y a pesar del contratiempo de encontrarnos la carretera inundada, conseguimos llegar al Unwin Lodge a la hora de dormir. Nos despertamos a eso de las 6:30 de la mañana y esperamos a que llegaran los de las zodiacs a la orilla del lago. Hasta las 9 de la mañana no nos cruzaron, así que empezamos a andar bajo un sol abrasador. El camino es bastante plano al principio, pero al meterse en el valle (Gorilla Stream, a unos 650m de altitud) empieza a ganarse altura. Tras unos 16km de andar sobre piedras y hielo desde el lago, llegamos a un collado sobre el glaciar y pusimos la tienda a unos 2.200m de altura. Serían eso de las 3 de la tarde, y como la nieve no era muy profunda, decidimos hacer cumbre ese mismo día.

Foto obligada de cumbre. Por qué llevo los pantalones del pijama es dificil de explicar

Foto obligada de cumbre. Por qué llevo los pantalones del pijama es dificil de explicar

Tuvimos un poco de lío en la última parte de la trepada, porque había unas fisuras en el glaciar de la cara sur de un tamaño importante. Pero encontramos finalmente unos puentes y conseguimos hacer cumbre a eso de las 5:30 de la tarde. Bajamos a la tienda y como teníamos todavía un montón de tiempo de luz, Sam sacó un whisky y cenamos con la calma.

Bueno, mis botas empapadas se congelaron por la noche porque se levantó un viento de cojones, así que al día siguiente fue un poco desagradable empezar el día. ¡Qué ilusión me hizo no tener que hacer cumbre por la mañana!

La bajada al lago fue un poco coñazo, como suelen ser todos los descensos (algún día aprenderé a hacer parapente) sobre todo teniendo en cuenta que tuvimos que esperar a que nos vieran los de las zodiacs y nos vinieran a recoger.

Día 1 en

Día 2 en

Cascada de hielo y esquí – Circo de Gredos, día 2

De camino al canal del Ameal
La predicción del tiempo para el martes no era ideal, nublado en el Circo con posibilidad de alguna nevada débil. Bueno, como al levantarnos debajo del soportal en el que habíamos dormido el cielo estaba despejado, desayunamos y emprendimos el mismo camino que el día anterior en dirección al refugio Elola. Nuestra idea era escalar La Galana subiendo primero la canal del Ameal de Pablo, que llega a un collado a 2.449 metros (luego hay que perder un poco de altura bajando ya en dirección a la Galana, y subir hasta los 2.572 metros de la cima).

Última parte del camino hasta el refugio, que es cuesta abajo

Última parte del camino hasta el refugio

Otra vez volví a dejar los esquís en el refugio, por si acaso las condiciones de la nieve no eran muy buenas, pero lo cierto es que podía haber esquiado mucho más. El camino en dirección al collado entre el Ameal de Pablo y el Risco Moreno es guapísimo. Parece sacado de la película de El Señor de los Anillos, andando por un corredor con unas paredes verticales a cada lado. En fin, al llegar al canal del Ameal (bajo un sol maravilloso, a propósito) nos encontramos con un buen número de cascadas de hielo en las inmediaciones. No eran enormes, a lo mejor 30 o 40 metros, pero tenían muy buena pinta. En particular, había un par de ellas que corrían más o menos paralelas al canal, de manera que podíamos treparlas y seguir nuestro camino sin perder demasiado tiempo añadiendo algo un poco más técnico a un día que iba a ser mucho más relajado que el anterior.

La línea roja de la izquierda es la canal del Ameal, mientras la línea roja es la cascada que subimos

La línea roja de la izquierda es la canal del Ameal, la de la derecha es la cascada que subimos

La última parte de la vía que elegimos para subir al collado era bastante más suave que la cascada del principio
La última parte de la vía que elegimos para subir al collado era bastante más suave que la cascada del principio. Lo de arriba es mi culo, sí

La cascada de más a la derecha estaba orientada al sur, así que le pegaba todo el sol. Al acercarnos, decidimos no escalarla, porque corría algo de agua por detrás y el hielo sonaba bastante hueco. La cascada de la izquierda tenía muchísimo más hielo y era mucho más ancha. También era bastante más alta, así que Javi y yo empezamos a escalar. Cada uno empezó por un lado diferente de la cascada (creo que mi lado era algo más sencillo, porque tenía un par de descansos) y al final nos juntamos hacia la parte media de la subida, donde el hielo desaparecía para dejar la piedra al descubierto. Seguimos una fisura rellena de nieve en la que la inclinación no superaba los 40 grados para llegar al collado. La verdad es que fue bastante guapo, ¡pero desde luego nada más fácil que el resalte de la vía del día anterior!

Al llegar al collado, nos atrapó una nube que no nos dejaba ver La Galana (ni más de 50 metros a nuestro alrededor), así que tuvimos que dar la vuelta. A mí no me importó mucho, la verdad, porque eso significaba que me iba a dar tiempo a esquiar con la luz del día hasta el coche. Y es que eso del esquí de montaña ha supuesto una revelación personal.

Llegamos al coche aun con luz, y con una sonrisa de oreja a oreja por la gozada que supone esquiar por el monte después de un día tan largo. La ruta desde el parking al collado fueron 15km (ida y vuelta), y al ser ya el segundo día seguido de esquí de travesía, tenía una ampolla en cada espinilla. ¡El miércoles sería duro!

Recorrido en Runkeeper

Norte clásica del Almanzor (2.592 m) – Circo de Gredos, día 1

Refugio Elola y Almanzor

Aún me quedan unos días para volverme a Nueva Zelanda, y por fin he conocido el Circo de Gredos. Si a mí me dicen que existe un sitio así a dos horas y media de Madrid, no me lo creo. Me explico: me recoge Javi a las 7 de la mañana en el portal de mi casa el lunes. Llegamos a Hoyos del Espino en algo más de dos horas, desayunamos en el bar, aparcamos el coche en La Plataforma de Gredos, me pongo los esquís (en el aparcamiento), esquío un par de horas hasta el refugio, escalamos la cara norte del Almanzor, esquiamos hasta el coche, y cenamos un bocadillo de lomo a la plancha con queso y tomate. Y al día siguiente, más. Esto fue lo que pasó en mi primer día en el Circo de Gredos.

Con la idea de escalar algo en el Cuchillar de las Navajas, el Almanzor al fondo

Con la idea de escalar algo en el Cuchillar de las Navajas, el Almanzor (al fondo) fue, finalmente, el objetivo del día
Tras el último resalte técnico Javi tras el último resalte técnico en la vía de la cara Norte

El lunes hacía un frío de cojones. El temporal polar que ha aislado el norte de España durante una semana aún no se había terminado de marchar, y en el parking de La Plataforma estábamos ya a -7°C. Si no recuerdo mal empezamos el camino en dirección al refugio a eso de las diez y pico de la mañana. Había nieve desde el coche, aunque con algunas zonas de placa helada. En un par de horas estábamos en el refugio Elola, extendiendo nuestros sacos en las literitas de la zona habilitada para el invierno. Había algún otro saco allí, así que nos imaginamos que dormiríamos acompañados. Y es que nuestro plan era dormir en el refugio: llevábamos con nosotros toda la comida para pasar allí un par de noches. Nos pusimos en marcha (dejé los esquís en el refugio) para echar un vistazo al estado de las vías en la zona del Cuchillar de las Navajas. Probablemente debido a las bajas temperaturas del temporal de la semana anterior había muy poco hielo, así que continuamos andando en dirección a la cara norte del Almanzor. Como íbamos sin cuerdas, estábamos un poco limitados a vías no muy técnicas y preferimos evitar los pasos en mixta.

La norte clásica del Almanzor (IV/3, M3) estaba muy justita de hielo según Javi, que ya se la había hecho en otras ocasiones, pero aun así decidimos darle un pegue. Desde la base de la vía son cuatro largos de unos 50 metros cada uno (según la guía y los croquis que he encontrado), con un par de resaltes en hielo y corredores en nieve entre medias. El primer resalte, justo al principio, nos lo encontramos con suficiente hielo como para que escalar esos tres o cuatro metros fuera una gozada. El segundo resalte era algo más serio. Había mucha roca descubierta, y el hielo no era muy espeso. Aun así, el que había era duro como no lo he visto yo en la vida… Con cuidadín salí del último paso seguido por Javi, para trepar los últimos metros hasta la cima, ya mucho menos técnicos. Ahora que he buscado fotos en internet (no hice ninguna foto buena de la vía en sí), he encontrado esta del segundo resalte: FOTO. ¡No tenía tanto hielo pero ni de coña! De hecho tuve que pegarme bien a la roca de la derecha para aprovechar algo de nieve dura que se había acumulado en la fisura.

Vistas del Circo desde la cumbre

Vistas del Circo desde la cumbre

A pesar del frío, no se vislumbraba ni una sola nube. Destrepamos por la ruta normal para llegar al refugio a eso de las cinco de la tarde. Ya no había sacos de dormir al margen de los nuestros, así que pensamos que el refugio sería solo para nosotros. Al ponernos un poco más cómodos e ir a preparar la parafernalia de la cena, nos dimos cuenta de que no teníamos mechero. ¡Tendríamos que comer frío! Pero la tragedia no era la comida, claro, sino el agua. Casi no nos quedaba y sin fuego no podíamos deshacer nieve. Bueno, pues había que volver al coche.

En el camino de vuelta a La Plataforma se nos hizo de noche, y a pesar de que el camino era obvio, me resultó algo complicado distinguir entre nieve y hielo con los esquís, así que no se me hizo todo lo agradable que podría haber sido. Pero a cambio, nos enchufamos unos bocadillos en el bar del pueblo de barra entera. Qué obscenidad de bocatas, por Dios. Y a dormir, que al día siguiente algo habría que escalar.

Nunca he sentido un particular orgullo de mis raíces castellanas... pero veo que hay gente que sí

En la cima del Almanzor. Nunca he sentido un particular orgullo de mis raíces castellanas… supongo que hay gente que necesita compartir «sus pasiones» con el resto del mundo

Espolón Manolín

Intento de panorámica desde la cumbre del Pico de la Miel
Escalar granito es todo un mundo por descubrir, siempre y cuando tengas dinero que gastar en pies de gato y cuerdas, porque no duran ni medio asalto. En fin, ahora que me he puesto a conocer la sierra de Madrid, pues una de las trepadas que estaban en lo alto de mi lista era el Espolón Manolín, en La Cabrera. Es una de las vías más largas de la Comunidad de Madrid, y sale a unos seis largos cortitos (210 metros) a un máximo de V+ (un par de largos de ese grado). Tiene algunas chapas, pero hay un par de largos casi completamente en autoprotección. Además, TODAS LAS REUNIONES EQUIPADAS. Escalada clásica para las masas a diez minutos andando del coche. Spain is different.

Esto es el segundo largo, creo...

Esto es el segundo largo, creo…

El día antes de marcharme a El Chorro, tuve la desfachatex de levantarme a las 11 de la mañana (lo que se dice madrugar, pues no…) para irme con Maud a La Cabrera. Eso sí, después de un desayuno tranquilo con tostadas y tomate… Muy poco alpino, pero esto es Madrid, oigan.

Cogimos el Golf tuneado de mi hermano, con rosario colgando del retrovisor y cristales tintados incluidos, y nos plantamos en la base del Pico de la Miel. Estaba algo nublado, y siendo principios de enero, pues hacía una rasca de cojones. Pero oye, más frío y más fricción, ¿no? Pues a eso de las 12:30 del mediodía empezábamos a escalar. Habiendo llovido el día anterior y siendo entre semana, estábamos solos en una de las vías más masificadas de Madrid. Ser un triste estudiante de doctorado tiene alguna ventaja al fin y al cabo.

El primer largo lo empezamos por la Salamandra, que es un 6a de adherencia que me pareció un absoluto infierno. Me fui un poco hacia la izquierda para llegar a la primera reunión del Espolón de Manolín. Los largos eran cortitos, así que en lo que se me calentaban las manos y empezaban a adquirir algo de sensibilidad, ya estaba en la reunión… Y así seis veces. Y menos mal que me llevé el plumas, porque me hice los últimos tres con él puesto. ¡Hasta empecé un largo con los guantes! Cuando soplaba el viento se me quedaban las manos que ni alicatando un iglú. Eso fue lo más «alpino» de la vía. De hecho nos nevó en plena trepada, y en la cumbre los charcos de lluvia del día anterior estaban todos congelados. En la cara norte había cuajado algo de esa nieve sobre los musgos. En fin, llegamos a la cima del Pico de la Miel a eso de las 4:20 de la tarde, y bajamos andando por un sendero hasta un bar de gasolinera y nos tomamos la cerveza de la victoria ya sumergidos en la oscuridad de la tarde.

Estirando en la cumbre del Pico de la Miel

Haciendo el imbécil en la cumbre del pico. Con ese plumas puesto escalé los últimos tres largos

Tengo que reconocer que la vía es buenísima. Prácticamente cada largo tiene algo interesante, con bavaresas y problemillas técnicos pero a un nivel muy asequible. El grado me pareció similar al 17 neozelandés, que es lo que más o menos me esperaba. Además, la protección es muy buena y estando las reuniones equipadas se puede hacer a toda velocidad en medio día.

Navidades en casa

La Maliciosa y el Peñotillo, ya muy atrás. Esta foto es en el km 20 del recorrido, cerca del embalse de La Maliciosa

La Maliciosa y el Peñotillo, ya muy atrás. Esta foto es en el km 20 del recorrido, cerca del embalse de La Maliciosa

Aunque después de casi 4 años en Nueva Zelanda ya no sé muy bien dónde está mi casa, lo cierto es que volver a Madrid en Navidades es siempre muy agradable. Además esta vez venía con miles de planes ambiciosos en el monte, con esa idea de descubrir la sierra de Madrid, que es algo que tengo pendiente desde que empecé a hacer cosas en el monte cuando me fui a Nueva Zelanda.

Y es que aunque es cierto que ya escalaba antes de irme a estudiar a Dunedin, nunca había conseguido meterme tan de lleno en el mundillo. Claro, imaginad lo que es para mí ahora descubrir La Pedriza, a 40 minutos de mi casa… Es absurdo. En fin, el caso es que me traje los esquís para hacer travesía a saco, hasta me compré una guía para las mejores rutas de esquí de la sierra de Madrid… pero desde que aterricé, no he visto ni una nube. Llevamos un mes de cielo azul alucinante, y el único esquí que he podido hacer ha sido pagando remonte y todo cuesta abajo en Sierra Nevada. Eh, que no me quejo, que fue la hostia, pero mis planes de lobo solitario esquiando todas las mañanas no se están cumpliendo.

Tampoco estoy escalando mucho. Salí a La Pedriza un día y escalé unas cuantas vías en ese granito que destroza pies de gato (y llemas de los dedos) y me lo pasé muy bien. Incluyendo un 7a (el Diedro Azul) que me salió limpio al segundo pegue. Más bien un 6c, pero bueno.

Tiempo San Silvestre 2014Lo que sí que estoy haciendo es correr. Me había puesto como objetivo correr la San Silvestre vallecana este año en 40 minutos, y fracasé, haciendo 41:19. La gente que no corre me dice «joder eso está muy bien, te has quedado cerca», pero la gente que corre entiende bien lo mucho que es un minuto de diferencia y entiende mejor por qué es una derrota. Pero bueno. He corrido también la carrera de Navidad de Cercedilla, que es genial, bajo un cielo azul maravilloso.

El otro día estuve mirando rutas en la zona de La Pedriza para ir a correr, y encontré la vuelta a la Maliciosa en Wikiloc. Es una distancia considerable, pero lo que molaba era el desnivel acumulado, que era algo que nunca había hecho. Así que después de intentar convencer a mis amiguetes de Madrid, me fui por mi cuenta una mañana a ver si me lesionaba o no.

Tardé 4 horas y media desde el párking, y joder, fue muy guapo. Duro, pero factible. Tuve que andar muchas partes del ascenso (la parte final a la cumbre de la Maliciosa era empinada de cojones) y me escurrí en la nieve un par de veces. Nieve no había mucha, la verdad, pero la que había debía ser de antes de que yo llegara a Madrid, así que estaba más dura que la polla de un novio y eso con las zapas de correr pues no era ideal. ¡Había gente con crampones y todo allí arriba!

La primera parte de la bajada es super técnica, divertidísima; correr en nieve es también algo nuevo para mí. Lo único malo es que llevo tres días de agujetas (sobre todo en los cuádriceps). Pero la verdad es que correr en el monte es una actividad genial para hacer solo, y por eso ya me he encontrado otra ruta que hacer esta semana (algo más cortita, eso sí).

En fin, dejo aquí mi logro y a ver si la semana que viene me hago algún 7a en El Chorro.

Cara suroeste de Mount Sealy

Cumbre de Sealy

Se me acumulan viajes fugaces de fin de semana de los que quiero escribir y me agobio. Aunque el tiempo está siendo bastante mediocre, me voy acostumbrando a los planes de última hora cuando entre tormenta y tormenta hay un par de días de sol. Los dioses de la lluvia han sido benevolentes una vez más y han situado un par de días de buen tiempo el sábado y el domingo.

A pesar de que rondaba la idea de ir a hacer Mount Barff, conseguimos que cuajara Mount Sealy, que nos permitía esquiar un poco. Para escalar Sealy hay que llegar a Metelille glacier, que está en su base noreste. Para ello hay un par de alternativas: desde Mueller Hut, un camino más largo pero técnicamente más sencillo, y a través de la arista de Sebastopol. La primera opción tiene mucho terreno a bastante altura (por encima de los 2.000m) que se puede hacer todo en esquí de travesía.

Maud y yo llegando a Annette Plateau con Mount Cook de fondo

Maud y yo llegando a Annette Plateau con Mount Cook de fondo

Los únicos que nos atrevimos a subir los esquís fuimos Maud y yo, los demás optaron por la cresta. Quedamos en encontrarnos para acampar justo a la entrada del Metelille glacier, a 2.200m, y así hacer cumbre todos juntos.

Salimos de Dunedin a eso de las 8:30am del sábado, y tras las pertinentes cuatro horas de coche, nos plantamos en Mount Cook Village. Nos separamos en los dos equipos, y mientras los otros cinco se ponían de camino a la arista de Sebastopol, nosotros nos poníamos los esquís a la mochila y empezábamos nuestro ascenso hacia Mueller Hut. Era la 1:10 de la tarde.

Lo que pesa la mochila, con cuerda, piolets, crampones, esquís y botas no es baladí. Tardamos 2 horas en llegar a la nieve, a unos 1.600m de altura. Nos pusimos los esquís con las pieles de foca y continuamos nuestro ascenso hacia Mueller Hut sobre la nieve. Pronto alcanzamos el refugio, rellenamos las botellas de agua y seguimos esquiando a lo largo de la ladera oeste de la cordillera de Sealy.

Cara noreste de Sealy, vista desde el Metelille Glacier

Cara noreste de Sealy, vista desde el Metelille Glacier

El terreno allí arriba es fantástico para esquí de travesía. Atravesamos una pequeña meseta, Annette Plateau, y a las 9 de la noche nos encontrábamos con los otros cinco, que ya habían puesto sus tiendas. Tiempo justo para plantar la nuestra, una cena frugal metidos en el saco, y a fingir que se duerme.

A eso de las 4am nos poníamos a desayunar y a preparar las mochilas para hacer cumbre. Salimos a eso de las 5am. Nos encordamos Javi, Maud y yo para cruzar el Metelille, que nos llevó tan solo media hora. Tras una breve pendiente para alcanzar el paso entre el Metelille y el Sladden glacier y algo de camino, se alcanza la cara suroeste. Una trepada muy suave de unos 150m te lleva a la cresta noroeste, muy cerca de la cumbre. Hay un par de pasos en roca, pero nada demasiado técnico.
Todos conseguimos llegar arriba sin demasiadas dificultades, y a las 9:30am estábamos de vuelta en el campo base para recoger las cosas, tomarse un sándwich, y ponerse los esquís para gozarse la bajada hasta Mueller Hut.

Ya cerca del lugar donde acampamos. El pico afilado de la derecha es Vampire Peak

Ya cerca del lugar donde acampamos. El pico afilado de la derecha es Vampire Peak

A pesar de que no sé esquiar, la bajada fue una gozada. La nieve estaba perfecta hasta el refugio, pero una vez pasado el refugio, en la cara este, la nieve estaba muy blandita. El final del camino hasta el coche fue un poco suplicio, por lo cansados que estábamos y por el peso de los esquís y las botas en la mochila. Llegamos al coche a las 3 en punto de la tarde, y condujimos de vuelta a Dunedin tras la cerveza y los fish and chips.

Día 1 en

Día 2 en

Cresta Este de Mount Edgar Thompson

Panoromica desde la cumbre

Escalar en primavera en Nueva Zelanda es un poco como jugar a la quiniela. Por mucha información que tengas, hasta que no acaba la jornada no tienes ni puta idea de cómo te ha ido. Y es que por mucha predicción meteorológica que consultes y por mucho que te prepares para las condiciones que vas a encontrar, las temperaturas varían tan rápido que es imposible saber si la nieve va a estar bien o va a ser un suplicio llegar a la cumbre.

Como está lloviendo día sí y día no, es complicado encontrar un hueco para escalar montañas grandes. Javi, Sam y yo decidimos aprovechar un domingo que se preveía bueno, en un sandwich de lluvia y nieve el sábado y el lunes. Elegimos una de esas montañas que se pueden subir en un día y que, al mismo tiempo, tienen algo de «escalar» además de andar.

Mount Edgar Thompson es (supuestamente) un grado 2 en el parque natural de Mount Cook. Son solo 2379m de altura, pero el valle está a 700m, así que se ganan unos cuantos metros. Lo bueno es que desde el mismo momento en el que sales del coche, empiezas a subir. Nada de andar por valles planos durante horas.

Salimos el sábado de Dunedin por la tarde, y tras unas 4 horas al volante, llegamos al Unwin Lodge, un refugio del NZ Alpine Club que es más un hotel que otra cosa. Espectacular. Cenamos y nos metimos a la camita. Antes de dormirme, me leí unos pasajes de una biblia que encontré en el Unwin. Durito el Génesis…

:(

Hasta el fondo :( (Foto de Sam)

En fin, como estaba lloviendo por la noche, tampoco pudimos salir muy pronto a trepar, y hasta las 6am no estábamos andando. Luchamos un poco para subir a la cresta contra arbustos y demás vegetación subalpina, y acabamos empapados (polainas por Dios, polainas). A eso de las 8 de la mañana estábamos en la cresta. Yo, con los pies empapados. La nieve estaba fatal, parecía granizado. Claro, cada vez que se me hundía un pie, como no llevaba polainas, pues se me rellenaban un poquito más de agua las botas. Y gracias a la nieve, el agua se mantenía alrededor de unos agradables cero grados. Al cabo de un rato, era como si no tuviera pies. Oye, qué gusto.

La descripción de la guía dice que antes de llegar a la cumbre, hay que salir de la cresta para subir por las pendientes de la cara sur. Pero como somos un poco cabezones, pues decidimos quedarnos en la cresta, y hacer toda la vía por ahí. Incluso salimos un poco a la cara norte de la cresta, en plan alpinismo creativo. La nieve: poca y mojada. Pero por lo menos un sol y unas vistas espectaculares. Los últimos cien o doscientos metros fueron suavecitos, y la cima bastante plana. Así que a eso de las 10 de la mañana hacíamos cubre, fotitos, y hala, media vuelta para recuperar mis muñones.

El grado 2 no sé dónde estaba. Comparando la dificultad con la cara suroeste de Brewster, que es un 2+, nos pareció más bien un grado 1. Y eso que no trepamos por las pendientes de la cara sur, que eran mucho más asequibles (y que usamos para el descenso). Trotando, llegamos al coche tras 7 horas exactas de camino. Con tiempo de sobra para conducir de vuelta esas 4 horas a Dunedin escuchando Iron Maiden a todo trapo.

GPS de nuestro recorrido en Strava.