Arista Norte de Mount Sefton – Crónicas de una derrota que sabe a victoria

El sábado por la mañana abrí los ojos y la luz entraba por la ventana. Mi cuerpo estaba totalmente entumecido. Sabía que tenía que ponerme pronto a escribir lo que había hecho durante los últimos tres días. De lo contrario, mi cerebro empezaría a retocar los recuerdos condenando al olvido lo durísimo que había sido el viaje en el que Sam y yo subimos la arista norte de Mount Sefton

En el Sierra Range
Es curioso de qué manera soy capaz de filtrar mis recuerdos para que solo queden los buenos momentos, y de que la desesperación, el cansancio y el dolor se difuminen y pasen, en el mejor de los casos, a formar parte de una aventura ajena. Y aquí estoy, varias semanas más tarde, haciendo un esfuerzo por ser fiel a lo que realmente fue el viaje más épico que he llevado a cabo hasta la fecha. Por eso quiero hacer un esfuerzo por relatar la aventura tal y como fue, sin que la calma de los últimos días corrompa la verdad.

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Tras el éxito de nuestro viaje relámpago para subir Nuns Veil, aguardábamos Sam y yo con ansia un receso en las lluvias para emprender otra misión. En el viaje anterior tuvimos muchísimo tiempo para hablar, y llegamos a la conclusión de que teníamos que meternos en algo un poco más intenso. Subir un poco el grado técnico, añadir un poco de elevación y, a ser posible, añadir a la ecuación un poquito de escalada en roca, que para algo estábamos a finales de verano. Una de las opciones que Sam propuso fue la arista norte de Mount Sefton, una montaña de 3.151 metros de altura que se alza en las inmediaciones del Parque Nacional de Mount Cook. Es una vía súper-clásica que todo alpinista que se precie tiene que tener en su currículo. Casi 2 km de escalada alpina en roca y una una cumbre de hielo al final. La escalada en roca no es técnicamente difícil, pero puede requerir algún paso con cuerda. Además tiene una exposición muy seria durante gran parte de la trepada, así que hay que ir atento. La vía es un grado 3+, algo que ni Sam ni yo habíamos hecho nunca, así que el plan era atractivo. Además, para llegar a la arista norte desde este lado de la cordillera en el que vivimos hay que subir un paso de montaña, el Fitzgerald Pass, que ya de por sí es un grado 2. O sea, que además el plan se perfilaba como durísimo en cuanto a distancia y elevación aproximadamente como:

  • Día 1: Mount Cook Village – Refugio (18 kms, 1.500 m de desnivel, Grado 2)
  • Día 2: Refugio – Cumbre de Sefton – Refugio (20 kms, 2.700 m de desnivel , Grado 3+)
  • Día 3: Refugio – Mount Cook Village (18 kms, 1.500 m de desnivel, Grado 2)

A esto hay que añadirle las 4 horas de coche para llegar a Mount Cook Village desde Dunedin, y las 4 de volver.

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Vistas del valle del Hooker subiendo hacia el Fitzgerald Pass

Vistas del valle del Hooker subiendo hacia el Fitzgerald Pass

A las 6am del 18 de marzo, Sam me recogía en coche para comenzar nuestra aventura. Tras un agradable viaje en coche, nos calzamos las botas (malditas botas) y nos pusimos a caminar a eso de las 10:30 a lo largo del valle del Hooker, que me trajo memorias de esa otra épica aventura hace ya más de un año atrás. Dejamos el camino para comenzar a subir la ladera hacia el Fitzgerald Pass y nos encontramos con la primera dificultad. Se alzaban frente a nosotros dos contrafuertes de roca gigantes cubiertos aquí y allá con zonas de vegetación. Conseguimos entrar en el campo de nieve justo bajo el collado a eso de las 3pm. No había sido demasiado complicado, pero desde luego lo marcamos en nuestra memoria como posible dificultad en el descenso para nuestro regreso. Cruzamos el campo de nieve en dirección a un pequeño refugio raramente usado, el refugio de Copland. Pronto nos desviamos hacia nuestro collado y a las 3:30pm estábamos oficialmente en la Main Divide, entre la costa este y la costa oeste. Desde el collado se vislumbraba el valle del río Copland, que se estira hacia la costa oeste en un gran esfuerzo por llegar al mar, aunque a algo menos de 20 kilómetros de la desembocadura sus aguas se unen río Karangarua.

Al fondo, la cadena montañosa con Mount Cook, vista desde las inmediaciones del Fitzgerald Pass. Al final del campo de nieve que hay en primer plano se puede ver el pequeño refugio de Copland, justo en el centro de la imagen

Al fondo, la cadena montañosa con Mount Cook, vista desde las inmediaciones del Fitzgerald Pass. Al final del campo de nieve que comienza en el margen izquierdo de la imagen, se puede ver el pequeño refugio de Copland, justo en el centro de la imagen, sobre la arista rocosa

La Main Divide es el nombre que recibe una de las principales cordilleras del sistema montañoso de las Alpes del Sur. Separa las principales cuencas hidrográficas entre costa este y costa oeste y representa la frontera entre las regiones de Canterbury y Westland. La Main Divide funciona a modo de presa para los vientos húmedos que vienen desde el mar de Tasmania, entre Australia y Nueva Zelanda. Las precipitaciones a uno y otro lado, por tanto, son muy dispares. Este abrupto cambio en el clima influye radicalmente en la vegetación, que pasa a ser de tipo subtropical por debajo de los 1400 metros de altitud hacia el oeste de la Main Divide —y en general hacia el oeste de las Alpes del Sur—.

Sin demasiadas dificultades, encontramos el camino que, franqueando el curso del Copland, llega hasta el refugio de Douglas Rock. Eran las 7:30 de la tarde y estaba comenzando a anochecer. Había sido un día bastante duro, pero tuvimos tiempo para preparar una cena y pensar en cómo nos íbamos a organizar logísticamente para el día siguiente. Tras unos tragos de whisky durante la sobremesa, decidimos que lo mejor era dejar los sacos de dormir en el refugio para que las mochilas fueran lo más ligeras posible durante la trepada. Eso nos obligaba a no parar en caso de que la noche nos alcanzara, pero apostamos por la idea de seguir andando en la oscuridad fuese lo tarde que fuese. Contentos con la idea, nos metimos en la cama tras hablar un rato con los excursionistas con los que compartíamos refugio.

— Suerte para mañana — nos dijeron, mientras cerraban las cremalleras de sus sacos.

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La arista norte de Mount Sefton perfilada contra el azul del cielo, tal y como se ve desde el refugio

La arista norte de Mount Sefton perfilada contra el azul del cielo, tal y como se ve desde el refugio

La alarma sonaba a las 5am. Dormir en refugio es relativamente agradable. Ya lo he comentado alguna vez, no suelo dormir bien fuera de casa. Esta vez, no obstante, debo reconocer que estaba muy a gusto y se me hizo un poquito cuesta arriba el madrugar. Pero no tardamos mucho en desayunar sumergidos en el silencio del alba y en abandonar el refugio para encaminarnos hacia nuestro objetivo. Como ya he comentado, al oeste de la Main Divide hay muchísima vegetación. La densidad de arbustos y árboles es tal que no se puede caminar en absoluto a no ser que haya un sendero abierto y cuidado por el Departamento de Medio Ambiente. El sendero hasta el comienzo de la arista es el «Copland track», bastante frecuentado tanto por turistas como por locales. Gracias a ello, se nos hizo corto el camino hasta el comienzo de la arista, y al poco tiempo estábamos trepando esa especie de caliza gris en nuestras botas rígidas, ya animados por la luz de la mañana y con casi dos kilómetros de escalada por delante. Al principio de la vía, en ese momento de felicidad y optimismo, me percaté de que había olvidado mis dos sándwiches. Básicamente estaba sin comida, a merced de lo que Sam quisiera compartir conmigo. Animados, decidimos que no era tan importante.

La alimentación está sobrevalorada, lo importante es la amistad.

Algunos tramos eran bastante complicados en botas rígidas. Aquí en concreto se me nota que estoy apretando...

Algunos tramos eran bastante complicados en botas rígidas. Aquí en concreto se me nota que estoy apretando…

La roca era de una calidad sorprendentemente buena. La trepada tenía algún paso bastante técnico, pero más que nada era un juego psicológico constante en el que tramos de escalada no muy técnica pero con cero margen de error se alternaban con momentos de tranquilidad. En esos breves paréntesis aprovechábamos para debatir la ruta a seguir. Es difícil explicar lo que significa estar muchas horas en este estado de atención y alerta en el que todo tiene que estar bajo control. Este cansancio psicológico es diferente al cansancio físico que también se acumula progresivamente.

Escalando sobre el abismo

Contemplando la arista norte Durante los recesos en las partes más empinadas de la arista, nos parábamos a intentar imaginar cuál era la manera más sencilla de escalar el siguiente resalte

En mi opinión, son estos momentos los que hacen del alpinismo una actividad completamente diferente a cualquier otra cosa. El contexto en el que te encuentras es tan inmenso y poderoso que hace que todo se encoja, como una burbuja en la que sólo cabes tú. Tus extremidades se convierten en el cordón umbilical con el mundo, y así te conviertes en el único capitán del barco. Todo está bajo tu control y responsabilidad. Cada movimiento es tan importante como el anterior y como el siguiente, requiriendo tu absoluta atención. Todos los detalles cuentan, desde la textura y el aspecto de la roca hasta el sonido de las botas al doblarse ligeramente sucumbiendo a tu peso. Y paso a paso vas subiendo, imbuido en esa especie de vacío existencial.

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La escalada de la arista fue muy agradable. Los pasos técnicos estaban justo por debajo del punto en el que nos gustaría estar asegurados, de manera que no necesitamos usar la cuerda. La nieve empezaba a los 2.500 metros de altitud. El optimismo que había reinado hasta el momento empezó un inexorable declive. Primero sería paulatinamente, pero más tarde se derrumbaría estrepitosamente alcanzando récords personales de absoluta miseria. Con una aparente verticalidad e interponiéndose entre nosotros y la cima de Mount Sefton, se alzaba el glaciar que cubre permanentemente la cara oeste de la cumbre. En un estado cuanto menos escalofriante —quizás debido al caluroso y largo verano—, una aterradora pared de hielo a nuestra derecha caía hacia el abismo al oeste de la arista, obligándonos a escalar el hielo en dirección norte hacia la cima. Más adelante, podríamos optar por pasar por encima virando hacia el oeste si no hacíamos cima y decidíamos volver, pero en ese momento dar la vuelta para bajar la arista estaba descartado.

Aquí debo estar pensando ya «Ufff… vaya lo que nos espera…»

Nos pusimos, pues, los crampones y emprendimos la tarea de escalar el hielo, que alternaba diferentes pendientes de entre 50 y 70 grados. El cansancio pasaba factura, así que nos costaba avanzar bastante y teníamos que hacer reposos constantemente. Una vez más, no disponíamos de ningún margen de error, así que cada paso requería un elevado nivel de concentración. A escasos 400 metros de la cima ya habíamos tomado la decisión de rodearla por el norte para volver sin hacer cumbre. Eran casi las 3pm y estábamos a contrarreloj para encontrar el camino de vuelta. Rodeamos la cara oeste de la cima hacia la arista al borde del Sierra Range. La travesía en el glaciar no era tampoco moco de pavo. Las crevasses eran de un tamaño considerable y aunque la visibilidad era buena, yo ya tenía puesto el modo descenso, que consiste en repetirse constantemente «no la cagues ahora».

Caminamos a lo largo del Sierra Range, a la derecha del Douglas Nevé alternando un poquito de roca con hielo. Nos dirigíamos hacia el Welcome Pass, el paso de montaña que da paso al glaciar de Tekano. Antes de llegar al paso, bajamos al Nevé sorteando una serie de seracs espectaculares. Era como estar en un planeta desconocido. Crevasses de varios metros de ancho abrían heridas en el glaciar. Heridas tan profundas que la oscuridad no te permitía ver el fondo. Absolutamente sobrecogedor. El buen tiempo, no obstante, nos daba algunos golpes de optimismo y esperanza que aliviaba momentáneamente la presión angustiosa del retraso que llevábamos y, al mismo tiempo, nos permitía trazar el recorrido frente a nosotros para rodear las crevasses y llegar al collado de Welcome Pass. Al menos ahora íbamos cuesta abajo.

Superado el tramo más duro del hielo, dejamos la arista atrás mientras nos dirigimos a la cumbre

Superado el tramo de hielo más duro, dejamos atrás la arista, que es engullida por densas nubes mientras nos dirigimos hacia la cumbre

Contemplando nuestra ruta de descenso desde las inmediaciones de la cumbre. Se vislumbra perfectamente la arista de nieve que tenemos que seguir hasta Welcome Pass
Contemplando nuestra ruta de descenso desde las inmediaciones de la cumbre. Se vislumbra perfectamente la arista de nieve que tenemos que seguir hasta Welcome Pass

La presión del tiempo era consecuencia de nuestro plan de no hacer noche fuera del refugio para evitar el peso del material. Eso implicaba que teníamos que seguir andando hacia el refugio independientemente de lo tarde que fuese. A pesar de que, obviamente, teníamos frontales, Sam estaba muy concienciado con la importancia de encontrar el sendero de descenso que comienza aproximadamente a los 1.300 metros de altitud. Sam ya había estado en los bosques de la costa oeste y no dejaba de repetirme que era completamente imposible hacerse camino a través de ellos. En ese momento no le quise dar mucha importancia a su insistencia con el tema: aún teníamos bastante glaciar frente a nosotros y me preocupaba mucho más encontrar el camino a través de las monstruosas crevasses que una posible batalla con inofensivos arbustos.

Al cruzar el collado de Wecome Pass a eso de las 5:15 de la tarde, nos encontramos con una densa nube justo al otro lado, posada sobre el glaciar de Tekano. Vaya, más problemas. El glaciar no era muy grande, pero la niebla se hizo tan densa que nos encontramos rodeados por el blanco más absoluto. Blanco en todas las direcciones. El GPS nos salvó de pasar un mal rato, y siguiendo la señal conseguimos salir del glaciar y recuperar la compostura. Se estaba haciendo tarde y el sol se escondía tras las montañas. Estábamos todavía bastante lejos del valle del Copland y hacía unas horas que nos habíamos quedado sin agua. Cuando se acabó la nieve que ocasionalmente nos llevábamos a la boca, la sed se unió a la cada vez más impetuosa necesidad de encontrar ese maldito sendero. En medio de la selva de la costa oeste, eso era como encontrar una aguja en un pajar.

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Es sorprendente lo rápido que la penumbra se convierte en noche. Con la oscuridad terminó de establecerse la desesperación. Estábamos atrapados sin agua, sin comida, y sin material para dormir en medio de la selva. Es muy desagradable tener hambre, pero es aún peor estar sediento. Conseguimos llegar al lecho de un estrecho arroyo, el Bluewater stream, pero en  un irónico giro de guión, éste se encontraba completamente seco. Al menos en su lecho el entramado de los leñosos arbustos no era tan absurdamente denso. La brecha que constituía lo que en otro momento del año sería un tortuoso riachuelo estaba formada por piedras pulidas de un gran tamaño, dispuestas una encima de otra y esculpidas caprichosamente por la acción del agua. El ancho de la cuenca variaba desde una estrechez miserable en la que las frondosas laderas se tocaban formando un tupido techo, hasta pozas secas de varios metros de diámetro. El desnivel también era muy variable, y probablemente más adelante requeriríamos del uso de la cuerda si decidíamos seguir su curso hacia el valle del Copland.

Sam en el Douglas Nevé, caminando derecho hacia Welcome Pass

Sam en el Douglas Nevé, caminando derecho hacia Welcome Pass

En ese momento las opciones eran básicamente dos: o abandonábamos la cuenca del arroyo e intentábamos encontrar el sendero haciéndonos camino entre plantas gigantes — a razón de un metro de recorrido por hora — o, por el contrario, intentábamos bajar hacia el valle del Copland siguiendo el curso del Bluewater stream. Yo abogaba por la segunda opción, pues encontrar el sendero me parecía una misión imposible. Habían pasado 16 horas desde que nos levantamos, y el cansancio era ya notable. Entre nosotros solo cabían comentarios de absoluta desesperación. Ahora, mientras escribo sentado frente al ordenador, todo ha cobrado una dimensión diferente. Pero aún puedo recordar vivamente cómo el cansancio lanzaba periódicamente pensamientos de añoranza de los lujos del día a día.

Finalmente convenimos seguir la senda del riachuelo, que al menos nos permitía avanzar en la oscuridad sin perdernos. A los escasos metros tuvimos que sacar la cuerda de la mochila. Lo que probablemente constituía una cascada de agua del deshielo en primavera, era a finales de verano diez metros de roca vertical. Así que usando un árbol como anclaje, hicimos un rápel hasta abajo y seguimos nuestro camino entre los bloques de caliza. Una vez más, tras apenas un par de minutos destrepando rocas en la mediocre penumbra de nuestros frontales, tuvimos que hacer uso de la cuerda para un rápel de unos 4 metros. Y así sucesivamente durante lo que se nos hizo eterno, tendríamos que descolgarnos de los árboles que crecían a los lados para sobrepasar los obstáculos que la costa oeste nos había preparado durante miles de años de lluvias y deshielos. En algún momento tuve la mala suerte de resbalar en una de esas rocas gigantes y mi culo se deslizó como en un tobogán hasta que mi rodilla izquierda detuvo la caída violentamente chocando contra otra piedra. El cansancio se fundió entonces con el dolor desembocando en intensas emociones difíciles de describir y que en ese momento se concretaron en una serie de maldiciones a voz en grito. A ese incidente que casi me cuesta la rótula, le siguió otro protagonizado en este caso por Sam. Entre rápel y rápel, empujó con fuerza una rama de un árbol para hacerse camino. Al romperse ésta por dicha acción, la parte aún unida al árbol retrocedió — como es de esperar — a su posición inicial. En su trayecto de retorno, la rama dañada volvió hacia Sam con la intención de saldar cuentas y casi le saca un ojo. Hubo suerte y solo perdió una lentilla, que a esas horas de la noche tampoco era tan traumático comparado con lo mal que podía haber acabado ese incidente.

Yo calculo que hicimos unos diez rápeles en total, algunos cortísimos, otros algo más largos. Al final conseguimos llegar a una zona donde el desnivel era menor y podíamos pelearnos contra las ramas sin requerir la cuerda. Habíamos conseguido agua, así que encontrar el Copland Track fue en un momento de absoluto éxtasis. Al meternos en el camino respiramos aliviados pensando que ya estaba todo resuelto, aunque aún nos quedaba bastante camino. Exceptuando un par de pequeños incidentes* conseguimos llegar al refugio. Eran las 3 de la madrugada.

Después de exactamente 21 horas de excursión, quitarme las botas fue un momento de placer indescriptible, sólo comparable a el éxtasis supremo del amor. A lo lejos, se oía el ruido del torrente de agua fluyendo a lo largo del valle del Copland. Algunos excursionistas dormían plácidamente en las literas del refugio y dejaban escapar algún que otro ronquido. Calentamos agua y nos tomamos unas raciones de comida caliente, pues apenas habíamos comido durante todo el día. Compartiendo la comida de Sam entre los dos nos había dado para muy poquito, así que la cena me supo a gloria. Tenía una sensación extraña en los dedos gordos de los pies después de tantas horas de camino en botas rígidas. Nos metimos en la cama sin poner el despertador y caímos muertos instantáneamente.

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Nos levantamos tarde. Desayunamos con la calma y nos preparamos para volver a Mount Cook Village pasando de nuevo por el Fitzgerald Pass, siguiendo el mismo recorrido del primer día. Estábamos muy cansados, claro, y 1.500 metros de desnivel para el tercer día no era demasiado apetecible. Lo cierto es que tuvimos suerte con el clima y se nubló durante todo el día, de modo que el calor no fue sofocante. Tuvimos alguna complicación para bajar desde el collado hacia el valle del Hooker, porque exhaustos como estábamos no podíamos permitirnos una cagada tan cerca del final del viaje. Comenzó a oscurecer justo cuando habíamos alcanzado el valle. A pesar de que en el valle nos incorporamos a un camino, lo cierto es que se nos hizo interminable. Me dolían muchísimo los pies, y seguía con esa extraña sensación en los dedos gordos de los pies. Tiendas de campaña iluminadas como luciérnagas en medio de la noche nos dieron la bienvenida al camping de Mount Cook Village. Llegamos al coche a eso de las 9 de la noche, absolutamente destrozados. Nos cambiamos de ropa y nos sentamos en silencio en los asientos delanteros. Tras los tres días de incomunicación, habiendo recuperado la cobertura en el movil avisamos de que estábamos de vuelta. ¿Opciones? Dormir en el coche, ir al albergue de Mount Cook, o conducir las 4 horas hasta Dunedin para dormir en nuestras respectivas camas calentitas.

Optamos por las camitas calentitas.

A esas horas de la noche, Nueva Zelanda está absolutamente muerta. No hay nada abierto. Teníamos muchísima hambre, y hasta que conseguimos encontrar una gasolinera abierta que nos vendiera algo de comer creímos que moríamos por inanición. Pero lo conseguimos. A eso de las 2 de la madrugada estábamos plácidamente tumbados en nuestras camas.

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A día de hoy, todavía no he recuperado completamente la sensibilidad de mis dedos gordos de los pies. Poco a poco van mejorando, y es algo que tampoco me quita el sueño. He preguntado por ahí y parece ser una cosa relativamente común cuando las botas son estrechas, así que no le doy mucha importancia. Cuando tenga algo más de poder adquisitivo me compraré otras que me aprieten menos. Todo lo demás (incluyendo mi rodilla y mi estado físico y mental), se ha restablecido. No hemos vuelto a la montaña, pero nuevos planes se vislumbran ya en el horizonte ahora que las partes más miserables de Sefton están empezando a enterrarse en las dunas del olvido.

Es cierto que no conseguimos hacer cumbre a pesar de estar muy cerca. Sin embargo, escalamos la arista norte una épica aventura de dimensiones otrora inimaginables en mi escala de destrucción física y psicológica. Además conseguimos escalar un grado 3+, que representa un buen salto tanto para Sam como para mí. Además, terminé de constatar lo bien que funcionamos Sam y yo como equipo. Estamos a un nivel muy similar, y somos capaces de animarnos mutuamente alternando los momentos de derrotismo de manera óptima. Quizás por todo esto, el que no haber llegado a la cima de Mount Sefton solo queda como una espinita pequeña, casi imperceptible, en mi coranzoncito de escalador.

Día 1 en

Día 2 en

Día 3 en


*Quizás el más notable es el que protagonizó Sam casi llegando al refugio. Probablemente fruto de la reducida percepción de profundidad que acompaña a la oscuridad del bosque a tan intempestiva hora y al hecho de haber perdido una lentilla, se jugó una costilla al precipitarse sobre las ramas de unos árboles caídos